Recuento mental de pertenencias.
La canción aquella de los 90 resonando
desde el día
que volví con mi maleta de siempre
a una casa que ya era ajena.
Y no pude visualizar más que un objeto
cotidiano
minúsculo
sal fina.
El poema que escribí en una mudanza
resuena
pero no encuentro el idioma.
El bote de sal se va acabando sin
notarse
porque siempre queda un poso
una sedimentación de lo nutrido
de lo que el amor deja en el desagüe
en la hendidura del seno
donde se lavaron una y otra vez
los vasos intercambiados.
Dejaré el bote de sal a punto de
acabarse
porque su valor es tan pequeño que
nunca sabrás
que en él dejo el mensaje
y lo vierto.
Sal de piel que dejé aquí
que hoy puede ser polvo
o puede ser virutas de tronco en los
engarces
de los muebles de Ikea que montamos en
invierno.
¿Desmontarás los muebles que hicimos?
¿Vaciarás el bote y el sedimento?
¿Lo lavarás con tus manos solitarias?
¿O con heladuras de verano
o con productos de limpieza?
¿Quién serás cuando esta casa
deje de llevar mi nombre?
Quita tú el rótulo del buzón.
Quita tú lo que quede y se me escapa,
diluye en aguarrás
las huellas de mis manos,
las veces que desperté
y tú hacías ruido,
las mañanas que estuve muerta
y tú solo intuías neblina en mis
pupilas.
Encuentro los huecos para acoplarme
como los agujeros del bote de azúcar,
que usábamos como salero.