22 de mayo de 2019

El bote de sal


Recuento mental de pertenencias.

La canción aquella de los 90 resonando desde el día
que volví con mi maleta de siempre
a una casa que ya era ajena.

Y no pude visualizar más que un objeto
                             cotidiano
                             minúsculo
                             sal fina.

El poema que escribí en una mudanza
resuena
pero no encuentro el idioma.

El bote de sal se va acabando sin notarse
porque siempre queda un poso
una sedimentación de lo nutrido
de lo que el amor deja en el desagüe
en la hendidura del seno
donde se lavaron una y otra vez
los vasos intercambiados.

Dejaré el bote de sal a punto de acabarse
porque su valor es tan pequeño que nunca sabrás
que en él dejo el mensaje
                                       y lo vierto.

Sal de piel que dejé aquí
que hoy puede ser polvo
o puede ser virutas de tronco en los engarces
de los muebles de Ikea que montamos en invierno.

¿Desmontarás los muebles que hicimos?
¿Vaciarás el bote y el sedimento?
¿Lo lavarás con tus manos solitarias?
¿O con heladuras de verano
                                          o con productos de limpieza?

¿Quién serás cuando esta casa
                                          deje de llevar mi nombre?

Quita tú el rótulo del buzón.
Quita tú lo que quede y se me escapa,
diluye en aguarrás
las huellas de mis manos,
las veces que desperté
                            y tú hacías ruido,
las mañanas que estuve muerta
                            y tú solo intuías neblina en mis pupilas.

Encuentro los huecos para acoplarme
como los agujeros del bote de azúcar,
que usábamos como salero.

14 de octubre de 2018

#otoño

El hombre de la foto se convirtió en fantasma:
la sangre clausurada
un candado en cada párpado

lo más minoritario eran tus ojos

¿Quién no estaba en esa foto?
¿Quién apretó el disparador,
quién era en la foto el fantasma?
2.5 kilogramos sobre el nudo.

Es severo imaginar que ese alguien existía:
se alimentaban de sus huesos las termitas,
la vejación era su primera lengua.
El hombre no nace monstruo:
solo podemos presentir su cadáver.

Una foto robada no puede tener una sonrisa fingida,
pero sí esos ojos,
como asintiendo, la cabeza
siempre caída, del lado contrario al del nudo.
Y se me hace bola hasta el agua,
trato de tragar
la asfixia azul de este día,

el espejo escupe un rostro

cuánta literatura analítica se ha escrito
tu lengua, tus cuencas, tu tráquea, nada
de aquello era para hablarme nada
era para ahuyentarme
del fantasma momificado que devenías.

El hombre me hizo creer que él me perdía
con lágrimas que ya el fuego ha desfigurado en larvas.

La foto de mis lesiones fue mi huida.
Ese fragmento
cada rostro que miré tan de cerca
cada rostro en el que no conseguí dejar rastros,

eso me ha dejado el otoño
en el que no perdí a nadie

igual que antes otro otoño en el que nadie
sintió el más leve azul de mi pérdida.

12 de agosto de 2018

#pasionesdeverano

Buffet libre


Las parejas infelices
viajan hasta aquí para romperse.

Vienen durante el brunch a deshacer sus dudas,
se miran con recelo
y apuran el último repaso a sus vidas,
el último reproche
a golpe de mordisco a un croissant.

Julio es el mes más denso
para hacer balance:

los deseos están tan guardados
que habría que hacer limpieza general.
Y la casa es muy grande
o el loft tiene muchos recodos.

Las parejas infelices
exhiben todas las huellas en la cara:
las vacaciones fallidas, la factura de vivir.

Las touroperadoras sacan beneficio
del amor roto
y también los monitores de aeróbic;
el mar no se fragmenta:
existen hoteles y aparthoteles
en primera línea de ruptura.

Estamos consumidos por las imágenes
de los folletos;
¿cómo habría podido salir esto bien,
si ya veníamos descosidos de otros engaños,
malogrados, defectuosos, despachados?

Si nunca nos gustó el sexo
entre sábanas almidonadas.

Agotamos la botella de vino
(el reclamo estético hace el trance más fácil)
y por fin alguien habló con sinceridad:

el amor es un souvenir, una postal,
y seguramente

alguna vez volveremos
a veranear aquí.

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