3 de septiembre de 2009

Refugios

Escarbo en los bolsillos del vestido vaquero. Después del temporal, me quedan unos euros en monedas sueltas. Es todo lo que conservo de veintiocho meses de idas y venidas, polvos salvajes y discusiones más salvajes todavía, de subidas y bajadas y de amor y odio corrupto.

Este vestido, que tanto le gustaba, el anillo que me regaló en nuestro primer aniversario y una colección de momentos juntos que mi memoria difícilmente estará dispuesta a borrar es todo mi equipaje. También estas monedas me acompañan.

Tengo hambre. ¿Cómo es posible que, después de todo lo que nos hemos dicho, mi cuerpo esté tan necesitado de alimento? Es casi... obsceno.

Calculo meticulosamente mis alternativas:

a. puedo quedarme quieta, sola y hambrienta, esperando que todas aquellas nubes oscuras se planten encima de mi cabecita a punto de explotar o
b. puedo irme al McDonald's más cercano a pedir el menú más barato y sentir un poco de calor artificial.

Una voz nasal me pregunta qué deseo. Huele a aceite quemado. Veamos, deseo...una ración de ternura, para empezar, un poquito de paz con queso y sin cebolla y un vaso de firmeza y energía, con mucho hielo.

Me siento, con mi hamburguesa simple y con lo poco que he podido comprar para acompañarla dado mi presupuesto, en una de esas ridículas mesas cuadradas a las que únicamente se pueden sentar dos personas. Qué manía con hacer todo para dos. Además (esbozo una sonrisa), deben de hacer las mesas a la medida de la comida.

Permanezco, sin querer, en silencio, mirando fijamente a la silla de en frente. Vacía, sobria, de plástico. Pero, inmediatamente después, alguien atrae toda mi atención.

En la mesa de delante come una pareja. Eso ya me pone de mal humor. Al chico sólo le veo la parte de atrás de la cabeza. Un principio de alopecia invade su coronilla. Todo el interés que hipotéticamente hubiera podido tener para mí lo pierde en el mismo momento en que me fijo en su chica. Al principio, no repara en su entorno; luego, cuando se acostumbra a mi presencia, no deja de mirarme.

Voy comiendo a pequeños mordiscos el filete ruso pringado de queso. Levanto la vista levemente. Es una chica de facciones delicadas. Es rubia. Lleva el pelo recogido. Tiene los párpados ligeramente maquillados. Lleva un traje muy elegante. Y uñas azules.

¿Uñas azules? ¿Qué tipo de broma de mal gusto es esa? Vale que una chica así entre a comer en un establecimiento de este tipo, pero... ¡uñas azules?

Es decir, no es que no me guste ese color de esmalte: es ella, que no encaja en él. Ni allí ni mirándome ni acompañada de su novio.

La veo continuamente hablando muy bajito. Está comiendo un menú infantil. Antes de terminar cada una de las frases que pronuncia, levanta la vista y la clava en mí. La pobre despechada, amargada, dejada, la chica morena y bajita que come sola en un restaurante de comida rápida. Rápida, así soy yo. Y ella...

Yo qué sé qué pienso. En sexo lésbico. Y en lo mala persona que debe de ser. También en cometer una locura o en asesinar o matarme o algo así...

Parecerme a ella. Y, sobre todo, dejar de ser yo. Es todo lo que se me viene a la mente en este preciso momento.

A continuación, le doy el último mordisco a mi hamburguesa.


La primera foto la he sacado de aquí. La segunda es mía.

7 comentarios:

Hakka dijo...

yo es que soy muy nocturno y me tiro hasta las tantas, pero tu tampoco te quedabas atrás eh? :P

Tu texto es una historia real??

Josito dijo...

parece curioso, algo tan...industrial como el mcdonalds puede servirnos para sentirnos protegidos del frio de la soledad...me gustó tu relato-diario...Saludos desde la blogosfera!

Jess Modlov dijo...

Qué poco me gustan los McDonal's y cuanto me gustan tus historias.

Un saludo.

Anónimo dijo...

Sencillamente maravilloso el texto...
La pena es que no todo el mundo pide el mismo menú que tú....si todos lo pidiesen...el mundo iría un poquito mejor..
La segunda foto es genial, por cierto..

I. Pichel dijo...

La verdad es que nunca se me ocurrió pensar en el erotismo de morder hamburguesas... muy original. Y me encanta la cabezera de tu blog.
Un saludo y un canto de ballena =)

Rapanuy dijo...

Mira, digan lo que digan, toda esa ira, la frustración, el fracaso y el dolor, es culpa de la carne de perro que dan esos sitios. No es una leyenda urbana. Es totalmente cierto. A mi me encanta, por eso bebo mucha leche para neutralizar los efectos.

Jorge García Torrego dijo...

Sobre la segunda foto: Instante cojonudo de un futuro apocalipsis que nos pillará a todos comiendo carne (o vete a saber)

Sobre el texto: Instante de un proceso de industrialización global que nos hará a todos llevar uñas azules y comer en mesas cuadraditas.

La segunda foto + Texto = No hay esperanza

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