22 de mayo de 2019

El bote de sal


Recuento mental de pertenencias.

La canción aquella de los 90 resonando desde el día
que volví con mi maleta de siempre
a una casa que ya era ajena.

Y no pude visualizar más que un objeto
                             cotidiano
                             minúsculo
                             sal fina.

El poema que escribí en una mudanza
resuena
pero no encuentro el idioma.

El bote de sal se va acabando sin notarse
porque siempre queda un poso
una sedimentación de lo nutrido
de lo que el amor deja en el desagüe
en la hendidura del seno
donde se lavaron una y otra vez
los vasos intercambiados.

Dejaré el bote de sal a punto de acabarse
porque su valor es tan pequeño que nunca sabrás
que en él dejo el mensaje
                                       y lo vierto.

Sal de piel que dejé aquí
que hoy puede ser polvo
o puede ser virutas de tronco en los engarces
de los muebles de Ikea que montamos en invierno.

¿Desmontarás los muebles que hicimos?
¿Vaciarás el bote y el sedimento?
¿Lo lavarás con tus manos solitarias?
¿O con heladuras de verano
                                          o con productos de limpieza?

¿Quién serás cuando esta casa
                                          deje de llevar mi nombre?

Quita tú el rótulo del buzón.
Quita tú lo que quede y se me escapa,
diluye en aguarrás
las huellas de mis manos,
las veces que desperté
                            y tú hacías ruido,
las mañanas que estuve muerta
                            y tú solo intuías neblina en mis pupilas.

Encuentro los huecos para acoplarme
como los agujeros del bote de azúcar,
que usábamos como salero.

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