14 de enero de 2018

Invocaciones

Podría ser una foto en blanco y negro. Una donde yo saliera tan atractiva que no pareciera yo. Podría ser cualquier documento gráfico que contuviera aquella Sara, aquella manera de relacionarnos, aquellas ganas de besar y cuidar y querer siempre saber más y follar como animales y acabar haciéndolo muy tierno y a veces con dificultad por miedo a no cumplir las expectativas del otro.

Pero no eran documentos visuales lo que yo buscaba, eran aquellas palabras. Bueno-claro-querrás-decir "aquello que el omnipotente Otro dijo sobre ti", como si solo el Otro pudiera definirte y con esa definición, completarte. Pero era más bien lo que yo era capaz de inspirarle a otros. Lo que yo despertaba: eso que tampoco es tan fácil definir y que ni siquiera está explícito en las palabras, sino en sus huecos, en la distancia entre los párrafos, en el tamaño de las subordinadas, en los signos de puntuación, sobre todo si son signos interrogativos.

Quizá la constatación de que fui importante, de que mis actos fueron trascendentes, de que las cosas que hago y parecen absurdas y que ni creo que sean definitorias acaban dándole sentido a quién soy. De que el relato no fue solo una mentira cómoda para el que escribía, sino que había algo de mí que alguien comprendió. Una pequeña parte de lo que quizá no se repita más, porque sólo esa persona lo vio o solo esa persona le dio importancia.

Cuando te empeñas media vida en conseguir ser persona y te das cuenta de que no te queda nada de lo que seguir tirando, puede que el solo recuerdo de que para alguien fuiste un momento mágico, una persona completa e inesperada, alguien que podía ser, de pronto, muchas otras personas distintas... No se trata de embrujo ni de amor romántico (WTF?), se trata de que pronto todas esas pequeñascotidianas ilusiones, ese ser alguien para otros...todo ese illusio desapareció un día con el diagnóstico y tuve que acostumbrarme a su ausencia y a ser solo la persona que habita un cuerpo.

Ya no hubo narrativa, ni tramas que remitían a deseos ni contar con que quizá algún día eso pase de nuevo. Tampoco vale la nostalgia, de la que tanto hablé, sin saber de ella. Porque la nostalgia era el propio juego de las palabras que se dijeron y de aquellas muescas en la biografía que poco tenían que ver, en realidad, conmigo, sino con una ilusión de mí. Y tampoco puedo volver a ellas. Algunas porque son demasiado dolorosas, porque son el relato de lo que pude llegar a ser sin serlo nunca o porque las personas que las dijeron tuvieron cuidado en borrarlas definitivamente de la nube. Y el recuerdo es muy frágil.

Y sin todo el artificio de escribir ni la publicidad ni la idea que proyecto, me gustaba mover o conmover a ciertas personas. Me gustaba la idea de mí como ser activo de personas que cogen aviones solo porque quieren verme o que comparten su debilidad solo conmigo porque saben que están a salvo.

Me he acostumbrado a la vida sin latidos incontenibles y sin saltos narrativos y sin prácticamente esa ilusión de mí. Sin vibración ni grandes sobresaltos. Escribir esto es lo más parecido a aquella sensación que puedo obtener. Porque escribirlo a estas horas es un síntoma. Porque aquellas personas inalcanzables que me definían de formas inesperadas y sin saberlo en realidad eran yo misma.

Y es a mí y no a ellas a quien invoco.




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