18 de abril de 2010

Urbanita


Puede que el islote sea yo, con mi mochila al hombro, mis cascos y mi manía de rascarme el esmalte que me acabo de extender en las uñas. O puede que sea el suelo, demasiado caliente para ser abril, el cielo, con sus nubes demasiado cerca de los mortales, con su amenazante presencia, los que me hagan sentir que esta ciudad es una isla. ¿Puedo colocarle un adjetivo como aislada a la palabra isla? Aislada ya contiene esa palabra, ¿no?

Estoy sentada en el bus urbano. Todos nos miramos. Nuestros ojos se abren temerosos de la mirada curiosa de los demás y la mirada de los demás desconfía igualmente de nosotros. Hay una pareja muy rara. Un chico solo escuchando música. Una madre muy seria, con su hija, correctamente sentada, discreta, antinatural.

Alterno mis uñas y la observación del comportamiento de los demás con el paisaje urbano que aparece y desaparece en la ventanilla, a cada nueva esquina, giro, carril.

Al mirarlo me siento extranjera. No, en realidad me siento la buscavida que se va de su círculo y de pronto regresa a su ciudad y todo está igual, pero ha cambiado. Veo todo como si hiciera muchos años que no paso por estas calles, que no transito estas aceras.

Al bajar del autobús, comienzo a caminar. Llevo unas deportivas muy finas. El cielo está a punto de llorar.

Me fijo en cada uno de los transeúntes. La mayoría no repara en mí. Veo a tres chicas. Su visión es fugaz, como su edad. Sus largas piernas concluidas en unos zapatos de diseño de ocho centímetros de altura y sus melenas suelas, castañas y morenas, me fascinan. Llegan tarde a algún sitio. Se dan la mano y se repiten unas a otras que se apuren. Son preciosas. Irrepetibles.

Y, claro, pienso en escribirlo. ¿Cómo describirlas?, me pregunto. Le doy vueltas mientras entro en una librería. Hay dos o tres preadolescentes acompañados de sus padres. Un par de señores. Un hombre de mediana edad. Dos dependientas.

Yo.

La isla en medio de un mar de letras, mirando una a una las estanterías. Literatura hispana ordenada por orden alfabético. Ojeo. Hojeo. Muevo las hojas. Leo las tapas. Sopeso los volúmenes. Calculo el precio.

En el mostrador hay algunos libros destacados. Hay un par de portadas que me llaman la atención. Una chica desnuda, cubriéndose con un camisón. Separada por dos o tres libros diferentes, otra de una mujer apoyada en una tapia, mirando a la lejanía. Leo los títulos, pero se me olvidan antes de que me fije en los nombres de los autores. Olivia. Pilar.

¿Por qué asociamos descripciones de universo femenino a escritoras? No hablo de descripciones sexuales o narraciones más o menos tortuosas. Me refiero a la creación de un mundo alrededor de un personaje femenino. De una auténtica prospección submarina a la psicología y comportamiento de las mujeres.

Ellos son los de los huevos, pero luego no tienen valor para hacerlo. Es demasiado duro. Es demasiado poco literario hacerlo.

Claro. Luego se asocia cualquiera escritora a un género sentimental, seudorromántico, porque la mujer sólo sabe hablar de eso. El problema es que la mujer, como institución, tiene necesidad de verse retratada, reflejada, identificada. Y nadie lo ha hecho nunca.

Me marcho sin comprar nada. Me acerco al paseo principal. Todas las señoras de esta ciudad han sido cortadas por el mismo patrón. ¿Por qué todas llevan ese pelo? ¿Por qué visten con falda por debajo de la rodilla, zapatos negros de tacón bajo? ¿Por qué se maquillan los ojos de azul o blanco? ¿Por qué cierran los labios de esa manera y miran al frente, como si nadie más existiera, sólo el horizonte? ¿Por qué fruncen el ceño? ¿Por qué no pestañean?

Me estremece. Todo es montón de gente, bolsas, conversaciones. Es un barullo mental increíble. Pero cae la tarde y cada uno se coge del brazo de su acompañante. Están solos, están confusos.

Soy nueva en esta ciudad. Pienso en ti, en cuando la recorrimos las primeras veces. En las ocasiones en las que nos perdimos por las calles más inverosímiles, y cuando discutíamos por el camino de vuelta, para no perdernos más. Tengo anécdotas en cada rincón. Y empieza a llover sobre mis playeros de tela.

Me paro. Soy el centro de las miradas. Por eso me siento una isla, ahora estoy perdida. No sé a dónde ir, así que descubriré la ciudad por mí misma, sus avenidas y sus caminos de regreso. Ya es otra ciudad. Yo soy otra.

4 comentarios:

Rebeca dijo...

Sí, sí.. me encanta.

Uff.. reconozco esas sensaciones/impresiones...
En la palabra que tengo que verificar aquí debajo está contenida la palabra "isla"..

Gracias tormenta : )

Muá!

Hakka dijo...

Nunca estamos tan solos en una ciudad, aunque nos sintamos como una hormiguita entre otras miles.

http://www.youtube.com/watch?v=ociqOydoUgU&feature=PlayList&p=1D34909FB595755F&playnext_from=PL&playnext=1&index=8

tormenta dijo...

"A esa casa que siempre tuvieron abierta para mí y en la que también entró Carol, a esa casa volveré pronto para estar con ustedes y también con ella, que seguirá junto a mí en todos los viajes que me toque hacer, llegaremos un día los dos, seremos siempre los dos como tú nos ves en esas páginas que me destrozan". No había transcurrido un mes desde la muerte de Carol Dunlop cuando Julio Cortázar escribió estas líneas al poeta extremeño Félix Grande, que le había abierto de nuevo las puertas de su casa. Pero ya nunca volvería a entrar Cortázar, ni con Carol ni sin ella. La depresión le hizo deambular por las calles de París y visitar con frecuencia el cementerio de Montparnasse, donde descansaba el amor de su vida y en el que dos años después acabaría él mismo, consumido por una leucemia. "Ahora es el hueco, es un París zombie, no puedo escribir ni vivir mientras veo cómo nacen estas palabras y corre la tarde. Sé que ustedes dos lo saben y lo comprenden, que no necesito agregar nada, que los quiero tanto..."

tormenta dijo...

http://www.elpais.com/articulo/cultura/ultimo/Cortazar/vago/Paris/elpepicul/20100419elpepicul_1/Tes

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