3 de noviembre de 2009

Sangre

Aquella mañana se levantó de mal humor. Era algo normal. Pero aquel día era peor. Al ir al servicio, se percató de que le había bajado la regla. Suspiró. Se colocó una compresa con alas y comenzó el día.

Era uno de los pasillos más solitarios y oscuros de la facultad. Los desconcertantes horarios provocaban que, dos veces por semana, pasara media hora leyendo en uno de los bancos de ese pasillo. No le apetecía la biblioteca por lo grande y agobiante que era.

Allí estaba, con su pequeño libro de relatos, cuando, por el pasillo trasversal vio asomarse a un hombre grande, con una gran calva y pelo rizo, vestido de uniforme azul marino y arrastrando un carrito lleno de esos contenedores alargados de metal donde se depositan compresas y tampones.

En frente de ella había un baño. En la puerta del baño había un cartel con una silueta femenina. El hombre dejó el carrito a la puerta, cogió cuatro contenedores y entró. La visión de un hombre, grande y vigoroso, introduciéndose apresuradamente en un baño de mujeres le dio escalofríos.

Estuvo largo rato. Tenía miedo de que pasara otra persona por ese pasillo y se sorprendiera. Se quedo mirando fijamente la puerta, esperando oír algo, ver cualquier movimiento. Alguien apareció por el mismo pasillo que el hombre de los contenedores. Era una chica que ella conocía, quizá de una asignatura optativa. Vanessa, podía llamarse.

Sin reparar en ella, Vanessa entró en el baño. A la vez que la puerta se cerraba con un gran estruendo, notó punzadas en el estómago, a punto de atravesarla. Qué pasaría ahí dentro. Qué ocurriría cuando él mirara a Vanessa, la chica de francés... Qué dirían. Qué le haría.

Y un profundo dolor de útero la paralizó. Se imaginó la sangre desprendiéndose de sus entrañas y regando su interior, como una herida que no para de sangrar.

El primero en salir fue él. Mientras se abrazaba la tripa para aliviar un poco el dolor, le miró la cara. Era grande, hirsuta, de rasgos fuertes, de mirada huidiza.

Vanessa tardaba mucho. El hombre salió cargado con los cuatro contenedores a los que había sustituido. Los dejó en la parte de arriba del carrito. Se dio la vuelta y se marchó por donde había venido. Se lo imaginó llevando el carro a su casa, dejando los contenedores y esparciendo las compresas por su casa... ¿Cómo un hombre podía estar encargado de recoger cubos de higiene femenina y no suponer que era un psicópata?

Quizá, dentro, se había entretenido oliendo el contenido de los cubos. Se lo imaginaba sentado en un inodoro, sobre los contenedores, disfrutando con los restos de mentruación. Y, de pronto, había sido descubierto por la estudiante.

Se le revolvió el estómago.

Vanessa...Vanessa...Sal de una vez, pensaba, o me veré obligada a levantarme e irte a buscar. Miró a ambos lados. Nadie pasaba. No se oía ni un ruido. Era el ala de la facultad más sombría. Nadie se hubiera dado cuenta. Ni siquiera Vanessa había reparado en ella al entrar. Tal vez él la ha asesinado, pensó.

Y la sola idea de ella muerta o malherida le hizo saltar del asiento. Se levantó y entró, agarró fuertemente el picaporte y arrimó la puerta, evitando que sonara al cerrarse. Olía a productos de limpieza. Tres de las cuatro puertas que daban a los inodoros estaban abiertas. Nada hacía intuir presencia alguna. La penúltima estaba cerrada. Se acercó y aguzó el oído. No se oía nada.

-Vanessa... -susurró casi para sí.

Nadie respondió.

-Vanessa -repitió, esta vez más segura.

No pudo evitar imaginársela detrás de la puerta, tendida en el suelo, rodeada de un charco de su sangre. Sin dudarlo, llamó con los nudillos. Espero una respuesta, que se le hizo eterna.


Sujetó el pomo y abrió. La puerta cedió fácilmente. Temió mirar al interior, pero lo hizo. Allí estaba el váter, blanco, y el contenedor de metal, intacto. Miró al suelo. No había nada. Salvo unas gotas diminutas de sangre.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Chica, q no pare sta historia!!!M qdo con ganas d saber muchísimas cosas!!! Has conseguido crear atención e intriga desde la primera línea

textazo!!!!
;)

Ex Anónima dijo...

Recoger sangre humana cargada de proteínas y vitaminas, destinada a alimentar futuros bebés que nunca existirán...

Mmmmm, sí, nunca lo había pensado, pero es una profesión rara de cojones...

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