12 de marzo de 2014

Quien dice sangre dice

Cada una de las tres mujeres se distingue por el trazo y el color. Y son unas voces que claman, que rezan desde el grito, que me hablan directamente a mí.

Tercera voz*

Hoy las universidades se emborrachan de primavera. / Mi vestido negro es un poco fúnebre: / demuestra mi seriedad. / Los libros que cargo aprietan mi costado. / Una vez tuve una herida vieja, pero ya está sanando. / Soñé con una isla, roja de gritos. / Fue un sueño, y no significa nada.

Cuando supe de este libro pensé que Sylvia Plath hablaba a través de tres voces de mujer, de tres mujeres diferentes. Cuando empecé a leerlo cambié de idea: tres mujeres hablan a través de Sylvia Plath. Son las voces múltiples que yo también distingo. Que muchas mujeres que conozco (con)tienen. Son las voces múltiples de colores, teñidas de política, de vida, de decisiones.

Dice la contraportada que este libro es un poema feminista y antibelicista. Ser madre. Ser madre como estigma, como obligación biológica, como completud del ser humano femenino. Sin llenar tu vientre de vida eres un saco sin grano, eres un libro sin letras, eres nuda vida y vacío. Eso nos dicen. Ser madre. Ser madre como lucha, como deseo en contra de la historia: ser madre y seguir siendo humana, no solo mujer que ha completado su designio. ¿Es posible? Ser madre. Ser madre y no saber ser madre. Ser madre y descubrir que ese hecho te impide saber quién eres.

Decidir: no seré madre. Si decido no ser madre nunca sabré si podría serlo. Quizás el útero estéril del que me acusan por decidir sea estéril realmente.

Segunda voz*

El mundo es de nieve, ahora. / No estoy en casa. / Qué blancas son estas sábanas. / Los rostros no tienen rasgos. / Son lisos e imposibles, como los rostros de mis hijos, / esos pequeños enfermos que eluden mis brazos. / Los demás niños tampoco me tocan: son terribles. / Tienen demasiados colores, demasiada vida. Nunca están quietos, / quietos, como el vacío que llevo en mí.

He tenido mis oportunidades. / Lo he intentado una y otra vez. / He cosido la vida a mí como un órgano extraño, / he avanzado cuidadosamente, precariamente, de manera inusual. / He intentado no pensar demasiado. He intentado ser natural. / He intentado ser ciega en el amor, como las otras mujeres, / ciega en la cama, con mi amante ciego, / sin buscar, en la densa oscuridad, un rostro ajeno.

No busqué. Pero el rostro siguió ahí, / el rostro del no nacido que amó su perfección, / el rostro del muerto que solo podía ser perfecto / en su simple paz, solo así ser sagrado. / Y entonces hubo otros rostros. Los rostros de las naciones, / gobiernos, parlamentos, sociedades, / los rostros sin rostro de los hombres importantes. 

Estos son los hombres que me inquietan: / ¡tienen tantos celos de todo aquello que no sea plano! / Son dioses envidiosos / que permitirán que el mundo entero se aplane con ellos. / Veo al Padre hablar con el Hijo. / Tanta pasividad debe ser sagrada. / "Déjanos crear un paraíso", dicen. / "Déjanos lavar y aplanar el relieve de estas almas". 

*Dos fragmentos de Tres mujeres (Nórdica libros, 2013) de Sylvia Plath. Ilustraciones de Anuska Allepuz y traducción de María Ramos.

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