26 de septiembre de 2011

El ático

Foto de Diana Cretu

Había decidido irme al año siguiente. Sabía, antes de contárselo a nadie, que aquellas íban a ser nuestras últimas reuniones, y que iba a registrar cada una de las palabras que salieran de sus bocas en un lugar recóndito para tener en qué pensar cuando cogiera un tren unos meses después. Había decidido dejar a mi novio y volar hacia Madrid, donde, tal vez, pudiera terminar la carrera con serenidad.

Antes de comer, había quedado con ellos para tomar unos vermús en el bar que estaba al lado del teatro. Daban los mejores vermús de grifo de toda la ciudad en aquel sitio apestoso. Y eso era decir mucho, porque era uno de los pocos antros auténticos que quedaban: era barato y todavía nos dejaban fumar. Hierba, quiero decir.

Allí estaban todos esos hijos de alguien, con sus camisas de lino cuidadosamente arrugadas y esos pantalones a juego ligeramente desaliñados, liándose sus cigarrillos y contando las aventuras de sus viajes al extranjero para estudiar inglés. Eran unos perfectos esnobs. Pero eran, al fin y al cabo, mis amigos. Solo Sergio era diferente. Como yo, quiero decir. Era el único entre toda esa panda que había sido criado en un piso de 80 metros cuadrados, con una madre pluriempleada y un padre que nunca estaba en casa. Y, aun así, allí estábamos. Junto a los hijos proges de la clase alta de una ciudad de provincias cualquiera. Esnobs, para generalizar.

Muchos eran estudiantes de periodismo. Salva, por ejemplo, compaginaba el dibujo con las clases de redacción y documentación informativa. Era un puto niño pijo, el más maleable de todos, unido a la moda "bohemia" por puro terror. El terror que siente cualquiera al enfrentarse a una ciudad nueva, a 200 kilómetros de mamá y de la "chica" que solía venir a cocinar y a planchar a casa. Eso supongo yo. Él era el que mejor lo disimulaba. Nunca le había preguntando de dónde habían sacado tanto dinero sus padres. Creo que estaban divorciados, de hecho. Pero yo intuía su historial a través de sus dibujos. No por lo que pintaba, sino porque estaba claro que llevaba haciendo trazos sin sentido desde bien pequeño y que todo el mundo a su alrededor había aplaudido pusilánime el supuesto talento del chaval. Nada más lejos de la relidad: sus bocetos apestaban.

Luego estaba Jorge, que también compaginaba la facultad con la fotografía. Había ganado algún que otro concurso y eso lo convertía, por el momento, en el triunfador del grupo y en el anfitrión. Su casa era como el punto de encuentro antes de salir a comernos las calles. Vivía en un ático abuhardillado, por supuesto, situado en el centro de la ciudad. La casa la solía compartir de vez en cuando con sus ligues y en las paredes tenía colgadas sus fotografías más logradas. Algunos desnudos, incluso, de ellas. Un desnudo de Daniela, también. 

Daniela era la única chica del grupo, aparte de mí. Era todo lo que cualquier chica hubiera querido ser por aquel entonces. Era estudiante de Historia del Arte, modelo ocasional en la escuela de Bellas Artes y, a veces, también de los chicos. Su padre era juez y su madre era una de las más importantes oncólogas del país. Que yo recordara, Daniela todavía no se había liado con ninguno de ellos, pero, pienso ahora, quizá porque sentía de verdad algún tipo de vínculo afectivo. Los respetaba, tal vez. Ella era de ese tipo de chicas.

Y el gay, para cerrar más o menos el círculo. Todo un cliché de la progresía. Juan, el guaperas, era un puto fracaso, en realidad. Había dado tumbos de primer curso en primer curso en diferentes carreras, cosechando en todas ellas perfectos suspensos y una jugosa lista de amantes con los alumnos más novatos y más recién salidos del armario. Era todo un breakheart. La matrícula desorbitada que tenía que desembolsar ese año no era problema: pertenecía a una saga de importantes empresarios. No importaba tampoco, porque, en el fondo, lo que él quería era ser escritor.

Tomamos el vermú y charlamos sobre los planes del fin de semana. Yo pensaba más en cómo decirle a Alberto lo de la ruptura y en mi nueva vida que en toda la maría que iban a pillar. Apenas escuché lo que decían. Esa era yo, la introvertida del grupo. Escuché algo de volver a quedar, por la tarde, en el piso de Jorge, y concretar la movida. Está bien, dije, y me quedé mirando fijamente el vaso ancho que sostenía en la mano.

Por la tarde, les llevé tortitas. Lo hice porque me apetecía, aunque también porque me encantaba quedar bien y parecer la más tradicional de todos. Tortitas y vino francés que había traído el último ligue de Juan. Perfecto para una noche de jueves. Los crepes estaban muy sabrosos, pero ni siquiera me quedaron con la forma que debían quedarme. Eran como (esponjoso) papel de periódico arrugado. Les llevé tortitas, pero en realidad lo que quería hacer era contarles todo lo que había pensado esa tarde antes de ponerme a cocinar las tortitas.

Están cojonudas, Olaya. Gracias, son 5 pavos por cabeza.

Coño, guardad eso, era broma.

***

Esto podría ser el principio de algo. Un relato, tal vez. Una novela corta. Todavía no lo tengo muy claro. Me ha salido así, sin planear. 

La presentación de algunos de los personajes es un poco burda, ¿no creéis? 

Espero que podáis aportar algo, aunque sea para decirme que lo deje.

7 comentarios:

Emily dijo...

continúa.

escribe, escribe, escribe.

ya pulirás luego.

me gusta la voz narrativa. quiero saber qué tiene que decirme (:

Jorge García Torrego dijo...

He empezado a leerlo, así, sin ganas, y me he ido acomodando en el relato poco a poco. Te comento en la siguiente entrega, ;D

Malone dijo...

suena un poco a historias del kronen 2.o pero empieza bien, muy pronto para juzgar... esperaremos a ver cómo continúa

Anónimo dijo...

A mí no me ha gustado, lo veo muy infantil, pero es sólo una opinión... Si me lo permites, aprovecho para decirte que no distingues "deber" de "deber de". Las usas indistintamente y no significan lo mismo. Te sigo leyendo.

tormenta dijo...

Gracias por los comentarios.

Malone, no he visto esa peli, pero está bien que me lo apuntes para no cagarla y escribir algo parecido :P

Anónimo: gracias por la corrección. Es cierto que he usado un "debían de..." erróneamente, pero creo que lo distingo. Sobre la inmadurez: ¿ves el relato infantil o la voz narradora infantil? Es que si es eso último, me alegraría un montón, porque algo así intento conseguir. Gracias de todos modos.

Un saludo.

Lázarus dijo...

Bueno, ya es algo, es un principio, que ya es mucho.

Yo hago muchos de esos, principios, digo, aunque luego se queden ahí.

Mi valoración es muy personal ( y prescindible), aviso.

Me ha fallado la extrema cotidianidad del ambiente ( ya sé que no es sci fi), pero parece un diario personal de una universitaria común y (previsiblemente) enamoradiza.Y los pj parecen los de una comedia romántica, o los de una serie rollo friends. Es más, la presentación de cada uno de ellos, me la he imaginado con primeros planos congelados de sus getos sonrientes. Por eso decía que mi valoración era muy personal, quizás esa cotidianidad es lo que busca, pero a mi me atrae lo abstracto, y qué coño, lo friki. No sé, lo del relato es algo que me he podría pasar a mí. Lo encuentro cercano, y eso hace que a la vez lo encuentre un poco aburrido.

tormenta dijo...

No, está muy bien tu punto de vista. Me ayuda.

La presentación ha sido un poco forzada? Es que me lo ha parecido luego, pero la verdad es que me ha salido bastante natural.

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